Hoy una amiga que vive lejos de casa lleva todo el día pendiente del correo electrónico esperando noticias. Un amigo suyo con un tumor cerebral en fase terminal ha sido ingresado después de haber renunciado a una medicación que sólo posponía lo inevitable y le privaba de la plena consciencia. En las pasadas vacaciones supe de la muerte del hermano de una amiga de mi hermana por culpa de la leucemia. Un chico un poco más joven que yo y que empezaba una prometedora carrera como arquitecto. Su padre murió hace años de cáncer de estómago y su madre tuvo que ser sometida, también hace tiempo, a una masectomía.
No, no voy a hablar de cosas terribles y tristes que les pasan a gente joven para repetir el típico discurso de que hay que valorar y aprovechar la vida que tenemos. Pienso en ese eterno discurso optimista de mi madre: Ya verás que todo al final saldrá bien. Pero la vida no es eso. No existe un orden cósmico justo y benevolente que nos lleva a todos a sacarle lo mejor a la vida. El dolor y el sufrimiento existen. La mala suerte, el azar o la injusticia también. Nada está asegurado. Ni lo bueno ni lo malo.
No, no voy a hablar de cosas terribles y tristes que les pasan a gente joven para repetir el típico discurso de que hay que valorar y aprovechar la vida que tenemos. Pienso en ese eterno discurso optimista de mi madre: Ya verás que todo al final saldrá bien. Pero la vida no es eso. No existe un orden cósmico justo y benevolente que nos lleva a todos a sacarle lo mejor a la vida. El dolor y el sufrimiento existen. La mala suerte, el azar o la injusticia también. Nada está asegurado. Ni lo bueno ni lo malo.
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